Quien iba a decirme a mi que a los cuarenta y tantos, fuera a darme por practicar deportes que jamás había practicado, que ni siquiera había imaginado llegar a practicar, y lo que es peor aún, bien por vergüenza, por miedo al fracaso o simplemente por un grado ínfimo de autoestima y confianza nula en mis posibilidades, me habían impedido llegar a disfrutar.
Uno de los que más me atraía era el windsurf, pero eso era cosa de chavales adolescentes con cuerpos bien definidos, y no para cuarentones entrados en kilos que con un neopreno pierden el poco glamour que les queda, y más cuando no se dedican a cultivar sus cuerpos a diario. No había tiempo, ni momento para hacer el ridículo, y el simple hecho de verme subido en una tabla enfundado en un traje pegado a mi cuerpo, dejando entrever todas mis vergüenzas y con gente observando al novato subiendo y cayendo de la tabla, me aterrorizaba.
Fue entonces, cuando leyendo el libro de Miguel Aurelio Alonso (catedrático y doctor en psicología) «Coaching ejecutivo (Psicología. Manuales prácticos)», me di cuenta que había posibles soluciones a mi problema y que tenía que ponerme manos a la obra. Por fin tenía claro que quería hacer algo que me gustaba y que realmente mi miedo al fracaso lo había estado impidiendo. Igualmente no había sido consciente en todo ese «tiempo perdido», que realmente lo que necesitaba, era un extra de motivación externa que eliminara todas aquellas barreras que yo mismo había construido.
Y es que ya en los años 70 Timothy Gallwey, al que muchos consideran el padre del coaching tal y como lo entendemos en la actualidad, advirtió que el peor enemigo de un deportista era su propia mente; y la mía sin ser la de un deportista de élite, no podía ser menos bloqueante.
En mi caso, tuve la gran suerte de encontrar en mi «camino de insatisfacción», a una de esas personas que al igual que Timothy Gallwey, es capaz de derribar los muros que a veces nos parecen infranqueables. Un Coach, quizás sin realmente saber que lo es, que logró abrir ante mi un camino lleno de horas de disfrute subido encima de una tabla.
Con esta historia sólo pretendo transmitir a través de mi propia experiencia, la admiración que siento hacia una profesión que trasladada al mundo de los negocios, considero que aún está por descubrir en nuestro País. Os aseguro que aún me encuentro personas con responsabilidades directivas, que consideran que las cosas en una empresa se deben hacer, porqué para eso se pagan los sueldos que se pagan. No se valora el perjuicio que en muchos casos ocasiona el no pararse a indagar un poco más sobre los problemas, motivaciones o necesidades de las personas. No importa conocer sus preocupaciones o aspiraciones, porque al fin y al cabo se paga para que se haga lo que se pide, y sino ya saben donde está la puerta de salida.
Nos podría llegar a sorprender, como en la actualidad existen empresas bloqueadas por problemas internos, bien de gestión o de mero clima laboral, en las que los sentimientos de frustración y desmotivación son generalizados, y donde aún nadie ha parado a preguntarse que es lo que les ha llevado a estar así ni en lo que se está haciendo mal para intentar dar la vuelta a situaciones, que en ocasiones son de verdadero «suicidio colectivo«.
En mi caso no se trataba más que de un mero hobby completamente alejado del ámbito empresarial, en el que tan solo estaba en juego mi propia satisfacción personal. La cuestión es que, si nadie se hubiera parado a valorar que era lo que me impedía hacer ciertas cosas y como poder solucionarlo, jamás hubiera llevado a cabo aquello que tanto anhelaba. Si nadie me hubiera empujado a romper barreras, hoy no podría disfrutar como disfruto haciendo este y otros muchos deportes que vinieron más tarde.
Yo encontré al que hoy es mi gran amigo en la distancia Dani Salvaterra. Un coach sin traje y corbata, pero con las mismas habilidades comunicativas y destrezas para las relaciones interpersonales que se le requieren a un gran coach ejecutivo de cualquier compañía que se precie. Gracias a su ayuda, es por lo que hoy puedo decir que me mantengo en una tabla, me desplazo, aguanto vientos más fuertes y lo que no es poco… ¡consigo volver el 80% de las veces a la playa!.
Dani sólo hizo que creyera en mi y en mis posibilidades. Que antepusiera mis ganas de disfrutar practicando aquel deporte, por encima de todo lo que antes me lo impedía. Al fin y al cabo, no hizo nada distinto de lo que se debe hacer con los miembros de nuestros equipos o de lo que se considera la base del coaching: EMPATIZAR.
Para nuestra desgracia, tal y como comentaba al principio, aún quedan muchas empresas y especialmente las consideradas como tradicionales, en las que no se apuesta demasiado por el Coaching. Estoy absolutamente convencido que muchas de ellas obtendrían sustanciales beneficios, si apostaran por escuchar tan sólo un poco, a todos aquellas personas que las componen.
Gracias Dani Salvaterra por ser un gran Maestro, por dedicarme tu tiempo y tu paciencia. Espero poder disfrutar de tus enseñanzas, durante muchos años y llegar a conseguir que no tengas que ir a buscarme en lancha a las costas de Brasil ;-). Muito obrigado por tudo amigo.
Juan Carlos E